miércoles, 20 de septiembre de 2017

El hombre ha sido creado para alabar a Dios, ¿aún por la tierra que tiembla?

No podría recordar con exactitud cuál fue el primer sismo que viví. Recuerdo alguno en la primaria, alguno en casa de mis abuelos…pero sí recuerdo el primero que “sentí”. Me encontraba sólo en casa, trabajando en la computadora, quizá haciendo algún trabajo de la secundaria o quizá simplemente pasando el rato. De pronto me sentí mareado y como si me diera vueltas la cabeza. Mi primer pensamiento fue que había ya pasado demasiadas horas frente a la computadora, faltaban años para que existiera la alarma sísmica en las calles, cuando entró mi abuelita por la puerta asustada diciéndome que había temblado. Hicimos lo de siempre, salir a la calle donde los vecinos ya se juntaban. Sólo recuerdo que estaba un poco nervioso porque ahora sí sabía lo que se sentía un temblor.

Antes de eso para mí un temblor únicamente era un movimiento de lámparas, algún letrero en la calle…nada más. Sin embargo, siempre que había un sismo nuestros abuelos y nuestros padres nos contaban del 85. Estaban agradecidos que el sismo que acababa de pasar no hubiera sido como aquel año.

Cuando entré a la universidad nos dieron una plática acerca de los temblores. Supongo que fue por mi edad, pero empecé a ser más consciente de lo que podía implicar. Se instaló la alarma sísmica en las calles, se hacían más simulacros… hasta hace un día habría dicho que sabía lo que era un temblor y lo que se debía hacer durante uno. En la ciudad de México todos sabemos lo que es un temblor, creo que para mí y la mayoría de mi generación no había duda de eso.

El primer susto vino hace unos días, me encontraba con mis amigos en Hermosillo. Después de un día de conferencias durante un congreso y de una cena bien merecida regresamos al hotel entre risas y carcajadas cuando recibí un mensaje de un amigo, “¿Todos bien?” En cuanto lo leí supe que había temblado, pregunté, “¿tembló?” La respuesta sólo fue “Tembló durísimo. 8.1 preliminar”. Rápidamente les dije a mis compañeros al tiempo que intentaba contactar a mi familia. En México estábamos acostumbrados a los temblores, si, de no más de 7 grados. Siempre que nos hablaban del 85 mencionaban ese 7.9. Para nosotros saber que había habido un temblor de 8.1 era algo nuevo y alarmante. Uno de los comentarios que recuerdo fue, se debe haber caído la ciudad. No recuerdo haberles dicho después a mis padres y mi hermano lo asustado que estaba pensando que algo grave habría podido ocurrir.

Gracias a Dios nos contestaron pronto, todos bien. La ciudad, saldo blanco. Todos estaban orgullosos de cómo, 32 años después del 85, la ciudad había resistido un sismo “más fuerte”. Parecía que todo había salido bien, los chistes empezaron a circular por internet. Sin embargo, poco a poco nos fuimos enterando de la situación en Chiapas y Oaxaca. No era muy alentador.
Se habló mucho del temblor, el porqué en la ciudad no había habido daños, la distancia al epicentro... En las noticias hablaban del sur del país pero quizá no se le prestaban la atención que debía, rápidamente dejo de ser el titular en las noticias. Aunque se empezó a organizar la ayuda. En los pasillos de mi facultad se veían varias cajas con la ayuda necesaria para enviarla.

Las fiestas del 15 y 16 de septiembre se vieron marcadas por la aparición del grito “¡Viva la solidaridad con Chiapas y Oaxaca!” pero también por una ausencia. Por la ausencia de muchos militares durante el desfile. Militares parte del plan DN-III que ha salvado tantas vidas en México y en otros lugares del mundo. Ese ejército que, en todos los desastres naturales, nos llena de orgullo a los mexicanos de saber que siempre están ahí apoyando a su país. Siempre se le aplaude especialmente durante el desfile. Pero esta vez no pudieron asistir. Todos lo entendieron, todos lo celebramos.

Entre vivas y tradiciones, llegó el 19 de septiembre. Yo había comentado que me parecía poco sensible hacer un simulacro días después del terremoto en el sur del país. Me parecía poco solidario de parte de la capital del país, de un país que es centralista en exceso y una ciudad que cada día se mostraba más egoísta. Aún había gente que decía que en el sismo de la semana anterior no había pasado nada. Sonó la alarma, salimos procurando tener algo de sombra mientras duraba la ceremonia. Vimos a lo lejos a dos profesores con un altavoz, no se escuchaba nada. Al poco tiempo nos dejaron pasar de nuevo a los laboratorios. 

Hasta hace un día habría dicho que sabía lo que era un temblor…hoy, sé que jamás olvidaré el sonido de las ventanas crujir, la confusión por algunos segundos, escuchar un golpe sordo, pero bastante fuerte, mientras sentía una sacudida dándome cuenta de que estaba temblando. Y así salimos todos. No hubo alarma que avisara, no hubo tanta calma al salir como unas horas antes.

Caras asustadas, caras nerviosas, caras serias…creo que todos teníamos los mismos sentimientos. No sé que cara tendría yo, pero estaba asustado. Comenzamos a caminar hacia el estacionamiento de la facultad, rápidamente comenzamos a enterarnos de los daños. Una parte pequeña del barandal de un edificio se había caído, a lo lejos se veía uno de los edificios de la universidad con las ventanas rotas. Un coche prendió su radio y comenzamos a enterarnos de lo que sucedía en la ciudad. Había edificios caídos, comenzaba el caos.

Nadie podía, ni podrá entenderlo, por qué 32 años después. Por qué un 19 de septiembre. Lo que algunos no vivimos entonces, ahora no podremos olvidarlo. Esta vez, las noticias fueron más lentas, poco a poco, algunos nos fuimos enterando de que nuestras familias estaban bien. Otros seguían intentando comunicarse. Nadie sabía que hacer, regresar a casa, quedarse en la universidad.  Decidí venir a casa. En el camino encontré un amigo que buscaba a su hermana. Se veía preocupado y nervioso. Le presté mi celular pero la señal iba y venía. Finalmente logró contactarla. Su cara cambió al instante.

Al llegar a casa, nada de luz. La única fuente de comunicación, un radio viejo con un par de pilas. Caos en varios lugares, pero la gente ya había comenzado a ayudar. Mi hermano y yo comenzamos a buscar algún sitio donde poder ayudar. Afortunadamente no había edificios cercanos derrumbados. Por el radio pedían no salir, el transporte era imposible en esos momentos en la ciudad. La impotencia que sentía era algo completamente nuevo para mí. Había necesidad y yo no podía hacer nada.  

Así como me habían enseñado durante años mis abuelos y mis padres, comenzamos a rezar un rosario. A las 7, habría una misa en la parroquia. Al llegar a la iglesia, vimos el templo cerrado. En el atrio, un pequeño altar improvisado, una bandera de México y una imagen de la virgen de Fátima. A los pies del altar, los restos de la cruz de cantera que había a la entrada del templo. Fue una misa emotiva. Aún se sentía el dolor, la conmoción, el temor, la duda.

Saliendo de la iglesia nos fuimos al estadio de la universidad. Habían convocado para formar brigadas de ayuda. Rápidamente encontramos un grupo, nos juntamos, nos dijeron que seríamos la brigada 76. Mientras pasaba el tiempo, comenzaron a salir las primeras brigadas mientras pedían de manera especial la ayuda de médicos, ingenieros y arquitectos. El tiempo siguió pasando. Nos dijeron que en ese momento ya no se necesitaban más voluntarios, que regresáramos a las 5 de la mañana.

Otra vez la duda, quedarse y esperar a que nos necesitaran o regresar a nuestras casas y volver a sentirnos impotentes. Nuestro grupo decidió quedarse. Cerca de una hora después no se veía más movimiento por parte de las brigadas. Nos dijeron lo mismo, se encontraban saturados de voluntarios y quizá nos necesitarían al día siguiente, o al siguiente. En el estadio ya estaba organizado el centro de acopio. Llegaba la ayuda y rápidamente la cadena humana la llevaba hasta el fondo. También ahí sobraban las manos. Solo quedaba esperar a que nos necesitaran.

Regresando a casa, las noticias sólo hablaban del sismo, del recuento de daños, bastante más grave de lo que habían dicho en un principio. El número de personas que habían muerto aumentaba. En la madrugada decidí acostarme para reponer fuerzas para el día siguiente. Tardé un buen rato en poder dormir.

Así viví el día que, como aquél que vivieron mis padres hace 32 años, jamás olvidaré. Con su silencio, con las sirenas en las calles, con los helicópteros en el cielo. Y así es como ahora, un día después, habiendo ayudado en lo poco que pude, me tomo un tiempo para seguir con las reflexiones que comencé frente a ese altar con la bandera y algunos pedazos de escombro.

El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios…. he leído esto anteriormente y creo firmemente que Dios creó el cielo y la tierra. Es fácil alabar a Dios por la creación cuando vemos un amanecer, los tonos rojos en el cielo, las montañas al fondo, los pájaros que comienzan a salir. Pero es imposible no sentirse confundido cuando intentas alabar a Dios por la tierra que tiempla y cuando has visto la destrucción que esto puede causar.

La pregunta no es nueva ni soy yo el primero que se la hace ¿Por qué pasa esto? Hoy un sacerdote me recordó la respuesta. Es simple, no vivimos para este mundo. Creo también firmemente en la resurrección y en la vida futura. Una vida plena, donde ya no habrá más sufrimientos. ¿Por qué pasa esto? Quizá no lo sabemos en el momento y debemos darnos cuenta poco a poco. Lo que hemos vivido en el país es algo terrible, pero la solidaridad que hemos vivido es más grande. Lo que vivimos hoy nos duele pero quizá más de una familia distanciada se volverá a unir. Particularmente, volví a hablar con una persona con quien me había dejado de hablar hace algún tiempo. Esa persona, y su familia, se encuentran bien y fue una gran paz para mí saberlo.  

Sufrimos, si, pero sabemos que pronto habrá motivos para volver a sonreír. El aniversario de mis abuelos es el 20 de septiembre. Curiosamente después del sismo del 7 de septiembre pensé cómo habrían pasado su aniversario en aquél año del 85. Hoy se exactamente cómo lo vivieron y se que, aun entre el sufrimiento ellos tenían un motivo para sonreír.

Más aún, fue un terremoto el que anunció a Jerusalén que Cristo había muerto, pero tan sólo al tercer día sería un amanecer el que trajera la gran noticia, ¡Cristo resucitó! El cantar del gallo, nos devolvía la esperanza.

Pido a Dios por todas las personas muertas durante este sismo para que resuciten con Cristo. Como mexicano agradezco la solidaridad de las demás personas y de los que no son mexicanos y nos muestran su apoyo. Se que vienen algunos días difíciles pero confío en que pronto tendremos nuestros motivos para volver a sentir la vida y alabar a Dios por la creación y, si nos concede la suficiente sabiduría, alabarlo aún cuando su creación sobrepasa nuestro entender.


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